CAPÍTULO ESPECIAL. Relanzar España desde la perspectiva de los intelectuales y personalidades europeas
Victoria Camps, Filósofa. Catedrática Emérita de la Universidad de Barcelona y Consejera Permanente del Consejo de Estado
De la Declaración institucional destaco la que considero la crítica más importante en torno a la cual han discurrido los debates del último Congreso de “Sociedad civil ahora”. Me refiero a la falta de unidad tanto en España como en Europa. Falta de unidad política, pero también de la sociedad civil. Por lo que se refiere a la política, la falta de unidad se proyecta en la polarización y los extremismos partidistas, que no permiten discutir los temas por sí mismos. Toda discusión se limita al objetivo de descalificar al adversario, con lo que se excluyen los proyectos a largo plazo, los únicas que pueden mantener vivo el interés por una política eficiente y que busca el interés común. La Declaración lo resume en una frase: “falta de generosidad y faros largos” son los dos defectos que hay que combatir.
Es cierto que la crisis de la covid ha provocado en Europa una reacción inédita hasta ahora, en la que se ha manifestado la solidaridad y la voluntad de dar una respuesta común a la crisis sanitaria y económica. Una respuesta valiente a favor del endeudamiento, la mutualización de la deuda y una financiación generosa a proyectos realmente dirigidos a renovar e innovar el tejido productivo y de servicios. Hay que añadir a los elogios a Europa que también la política nacional ha dado muestra de una mayor capacidad de colaboración entre las Comunidades Autónomas a medida que se han ido tomando decisiones para hacer frente a la pandemia. Hemos visto con ello que una evolución del Estado de las Autonomías hacia una organización más federal, de relaciones multilaterales y de confianza mutua, no es una idea descabellada.
Son muchos los elementos que deberían unirnos en lugar de distanciarnos, tanto a nivel político como de sociedad civil. A nivel político, el marco en el que se mueven las decisiones es el de la sostenibilidad medioambiental, uno de los problemas que se ciernen sobre nosotros y que requieren una actuación global inmediata y sin retrocesos. Pero –observa muy justamente la Declaración- hay que abordar el problema sin fundamentalismos. El medio ambiente debe ser cuidado y conservado no por sí mismo, sino porque, como dijo hace años Hans Jonas, es imperativo “asegurar la permanencia de la vida humana en la tierra”. Ello implica a las políticas y a los individuos que se enfrentan aldeber de tener que cambiar sus costumbres con el fin de detener los comportamientos depredadores y asegurar el bienestar de las generaciones futuras.
Por lo que hace a los comportamientos individuales y, por lo tanto, a las actuaciones de la llamada “sociedad civil”, la Declaración no ahorra dureza al criticar la realidad de una sociedad “subvencionada”, cautiva del poder político y, en consecuencia, renuente a actuar con independencia y protagonizar proyectos de interés general. La falta de líderes es una constante desde que Ortega y Gasset lamentara, a principios del siglo pasado, la existencia del hombre-masa y la inoperancia de lo que él llamó una “minoría selectiva” que orientara a la sociedad. Los medios de comunicación obviamente no realizan la función de articular una opinión pública inteligente al ser ellos mismos víctimas de la polarización y el enfrentamiento que caracteriza a la política. Que quienes hoy consiguen más seguidores en las redes sociales sean esos personajes denominados “influencers” lo dice todo sobre la penuria y la mediocridad de los liderazgos.
La digitalización y las trasformaciones que la revolución digital preludia es otro de los elementos que configuran los sucesivos debates resumidos en la Declaración. La esperanza en los cambios que dicha revolución puede llevar a cabo es, a mi juicio, excesiva. Ciertamente, las ventajas de esa nueva forma de relacionarnos son muchas, pero deben ser aprovechadas adecuadamente. No es que no se repare en ello. En la Declaración se insiste en la necesidad de utilizarlas para cohesionar y no para abrir nuevas brechas sobre todo generacionales. Se advierte asimismo, a propósito de la educación, en la necesidad de no desvincular la educación digital de la enseñanza de valores cívicos que formen personas autónomas y seres pensantes, con capacidad de discernir lo verdadero de lo falso y lo que realmente conviene con vistas a fines que trascienden el instrumento de la digitalización.
El humanismo, ideología (si se puede llamar así) que articula las reflexiones de “Sociedad civil ahora” se reclama como impulsor del cambio, si bien esa humanización deseada está todavía muy verde y se olvida ante la atracción que provoca lo nuevo. Humanizar la economía, la sanidad, la educación significa siempre una misma idea: poner al ciudadano, al paciente, al alumno en el centro, actuar al servicio de sus intereses y no sólo de los intereses propios. Dicho objetivo, que hoy es un eslogan repetido desde todos los frentes, luego se traduce poco en las actuaciones concretas donde siguen prevaleciendo intereses corporativos, partidistas, personales. La revolución digital parece estar al servicio de las personas, pero no siempre lo que hace es facilitarles la vida ni atender a los aspectos más necesarios.
Por ello es importante vincular los valores éticos a los fenómenos emergentes. En este sentido, hay que aplaudir la iniciativa del Título IV de la Declaración a favor de la conservación y la transmisión del patrimonio cultural europeo. Si es cierto que Europa es diferente, cuidar esa diferencia y no dilapidarla es un deber de todos los europeos. Ha habido propuestas varias, desde que existe la Unión Europea, de defender y difundir los valores que han nacido en Europa y son nuestro patrimonio cultural, pero siempre se han quedado en buenos propósitos no desarrollados. Y es urgente hacerlo aprovechando que, en estos momentos, tras las dos crisis que estamos viviendo, la sanitaria con la pandemia, y la reciente, con la guerra de Ucrania, Europa está empezando a dar la talla y a sentirse como una unidad no sólo de mercaderes, sino cultural. No dejemos pasar esa oportunidad.
No quiero dejar de subrayar y elogiar el esfuerzo que representa este II Congreso de la sociedad civil, que ha dado lugar a la Declaración que he comentado con demasiada brevedad y superficialidad. Necesitamos una sociedad civil despierta y agente de los cambios que se tienen que ir produciendo. No es de recibo para ninguna democracia que el demos abdique de sus obligaciones con la excusa de que son los representantes políticos quienes deben hacerse cargo de todos los problemas y conflictos. Menos aún cuando, como empieza diciendo la Declaración, la desconfianza hacia la política es total mientras la sociedad civil puede hacer gala de una moderación que en la escenificación política brilla por su ausencia.
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Sociedad Civil, España y Europa
Benita Ferrero-Waldner, Comisaria de Relaciones Exteriores y Vecindad de la Unión Europea (2004/2010)
La Sociedad Civil es un importante instrumento para la democracia, para el Estado de Derecho y para la buena Gobernanza de un país. El reflexionar, debatir, mejorar, reformar y hasta corregir cuestiones que son esenciales para los ciudadanos, incluso en “voz alta”, es una señal de madurez de una sociedad que tiene que ser respetada en su pluralidad y diversidad. Finalmente es un servicio para el colectivo, dejando atrás el individualismo y egoísmo, y si fuese culta, tanto mejor.
Por eso es imprescindible tener una Sociedad Civil activa, influyente y vibrante, en particular en este momento, en que tenemos que enfrentarnos a tantos desafíos. Esta sociedad es imprescindible en todos los niveles del Estado , es decir en el nivel municipal, regional, nacional, e incluso en el europeo e internacional.
En el II Congreso Nacional de la Sociedad Civil que se celebró en Valencia, el día 29 de septiembre de 2021 organizado por “la Fundación Sociedad Civil Ahora,” se habló de los retos de la Sociedad Civil en la provincia de Valencia con el lema “Relanzar España”. Y se trataron temas que preocupan en Valencia como en toda España, incluso en Europa :
Actualmente, nos enfrentamos a un cambio climático dramático, con un medio ambiente degradado, a la pandemia del Coronavirus con sus consecuencias muy negativas para la salud de los ciudadanos, su empleo y la economía en general; a la transformación digital, a una migración nunca vista hasta ahora con sus repercusiones múltiples, a la necesidad de mejorar la educación y formación de nuestros jóvenes; a una degradación de la democracia y del Estado de Derecho, a cuestiones de seguridad, incluso de ciberseguridad y a muchas otras. En España, en Europa y en el mundo global.
Estos son también exactamente los temas que preocupan a la “Sociedad Civil europea” en la “Conferencia sobre el Futuro de Europa” que pronto tendrán que ser tratados por la Comisión Europea y las instituciones europeas para mejorar el funcionamiento europeo.
Por otra parte, la Comisión Europea ha creado “el Pacto Verde Europeo ”, un paquete político muy ambicioso para que la economía de la Unión Europea sea más sostenible y se pueda lograr neutralidad climática hasta 2050 y además
hacer de la transición energética una oportunidad económica e industrial para Europa. Ese pacto prevé revisar el sistema energético europeo que tal vez pueda tener repercusiones geopolíticas no solamente con países vecinos como Rusia y Argelia, sino también con actores globales como Estados Unidos, China y Arabia Saudí. No olvidemos que justo en este momento vivimos una tensión muy fuerte con Rusia por Ucrania, pero estamos también afectados por el conflicto de Argelia con Marruecos por el Sahara Occidental.
En sus políticas y respuestas a todos estos desafíos, los gobiernos requieren el apoyo de los ciudadanos , de la Sociedad Civil, que eventualmente necesitan ser complementadas y corregidas. Por tanto, efectivamente la Sociedad Civil es vibrante y valiente, puede ser muchas veces “dador de ideas “en momentos complicados y si hace falta incluso ser un correctivo.
Para volver a unas economías prósperas Post-Covid-19, y afrontar la transformación digital la Unión Europea ofrece unos Fondos europeos enormes, nunca vistos, intitulados “Next Generation EU”, invirtiendo en la recuperación de la economía de los Estados Miembros a corto plazo y en su prosperidad y bien estar a largo plazo. Y otra vez la Sociedad Civil es imprescindible. Así que pues la colaboración y la ejecución de estos proyectos están mayoritariamente en las manos de los empresarios que forman parte de esta Sociedad Civil , puesto que la realización de estas obras no se puede solamente decretar y realizar por los gobiernos, sino requieren de actores importantes y eficaces de la Sociedad Civil.
En la Unión europea normalmente se tiene que negociar en todas sus instituciones si se quiere encontrar soluciones con las que todos sus Estados Miembros puedan identificarse. Muchos de esos son sensibles al “estado de ánimo “en sus propios países, primero de todo de sus parlamentos , pero también de su Sociedad Civil. Entonces me parece importante que los ciudadanos de los diferentes Estados Miembros vayan a conocerse, sepan dónde están conformes y dónde hay discrepancias para un mejor entendimiento entre ellos e incluso poco a poco intenten ir en la misma dirección.
Sin embargo, el gran desafío dentro de la UE, es encontrar la unidad para confrontar a los grandes actores del mundo. Por mi propia experiencia, sea como Ministra Federal de Asuntos Exteriores de Austria, sea como Comisaria
Europea para Relaciones Exteriores y Política de Vecindad , desde hace mucho tiempo, soy partidaria que los Ministros tengan que decidir con mayoría cualificada, para así alcanzar unas decisiones más claras y más rápidamente. Y eso incluso en la política exterior, entonces un tabú, hoy más y más pedida.
Es evidente que queda mucho por hacer para mejorar y perfeccionar la Unión Europea. Por eso no tendremos que menospreciar sino aprovechar la oportunidad que nos presta la arriba mencionada “Conferencia sobre el Futuro de Europa”, y aun con ella no se podrán solucionar todos los problemas.
Pero cuanto más la “Sociedad Civil “europea se implique, tanto más exitoso y satisfactorio podrá ser el resultado, una Europa más fuerte, más unida y más eficaz.
26 de enero, 2022
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Educar para una ciudadanía cosmopolita en tiempos digitales
Adela Cortina Orts, Filósofa. Catedrática de Ética de la Universidad de Valencia
En las Lecciones de Pedagogía, publicadas en 1803 por su alumno Fiedrich Theodor Rink, aseguraba Immanuel Kant que la tarea más difícil para los seres humanos es la de la educación, porque no sabemos si es preciso educar para el momento presente o para un futuro mejor, y él, por su parte se decidía por la segunda opción. La persona (der Mensch) –aseguraba- lo es por la educación, es lo que la educación le hace ser (Kant, 1983, 31 y 34). Y proponía cultivar a través de la educación los mejores gérmenes que la Naturaleza o la Providencia han puesto en nosotros: los gérmenes de una sociedad cosmopolita, en la que sea posible una paz duradera. No sólo la convivencia, que puede conseguirse con el sometimiento de los más débiles, sino una verdadera paz que se construye a través de la justicia en una sociedad sin excluidos.
La invasión de Ucrania, perpetrada por Vladimir Putin sin tener en cuenta el Derecho Internacional y sin el más básico sentido de la justicia y la compasión, ha desencadenado una vez más una guerra despiadada, que corre el peligro de cronificarse, una guerra que nos recuerda la urgencia perentoria de enfocar adecuadamente la tarea educativa en el nivel local y en el mundial, sin perder tiempo y energías en estériles discusiones partidistas, que sólo buscar recabar votos para beneficio propio, no preparar a la ciudadanía para estar a la altura de un mundo futuro, que es necesario construir.
En España, y no por casualidad, cada ley nueva desencadena un aluvión de comentarios que enfrentan a los partidos políticos, los polarizan cada vez más y crispan el ambiente. Pero rara vez van a la raíz de los asuntos, rara vez son realmente radicales. Porque la gran cuestión en la que nadie entra es la siguiente: ¿qué proyecto educativo queremos proponer, hacia dónde queremos caminar a través de la educación formal e informal?
A mi juicio, la experiencia de la pandemia y de la guerra no ha hecho sino reforzar la necesidad de educar para una ciudadanía democrática y cosmopolita, como recordé en Ética cosmopolita (Paidós, 2021). No sólo porque nos ha mostrado una vez más que las personas somos interdependientes y que también lo son los países, de modo que la solidaridad es ineludible, sino también porque los afectados por la globalización deberían ser a la vez los sujetos agentes de las decisiones que se toman en ella, no sólo los sujetos pacientes de sus consecuencias. En caso contrario, son heterónomos, y no autónomos, no construyen conjuntamente la vida compartida. Son siervos o esclavos, no ciudadanos. Autonomía personal y solidaridad siguen siendo claves ineludibles de un proyecto que eduque en un cosmopolitismo, que debería ser arraigado y a la vez abierto al mundo, democrático e intercultural.
Y con este proyecto in mente es preciso cultivar competencias y habilidades, por supuesto, para que niños y jóvenes vayan contando con un bagaje con el que optar por aquellos proyectos de vida que tengan razones para valorar, sean cuales fueren. Entre esas competencias figuran el conocimiento de idiomas, la comprensión lectora, la capacidad de disfrutar del arte y la belleza, la curiosidad que lleva a investigar las cuestiones filosóficas y matemáticas, pero también el mundo histórico. Y figuran también, evidentemente, las competencias digitales y el conocimiento de los secretos de la inteligencia artificial en esta época que ha dado en llamarse “Era de la Inteligencia Artificial”.
Pero no se puede olvidar en ningún momento que todo ello debe hacerse desde la articulación de tres tipos de intereses, que promueven tres tipos de saberes, como bien dice la Teoría de los intereses del conocimiento de Jürgen Habermas y Karl-Otto Apel: el interés por dominar, propio de las tecnociencias y las ciencias, que posibilitan informaciones con las que hacer frente a la naturaleza externa e interna e incluso anticiparse creativamente a ella; el interés por la comprensión entre los seres humanos propio de las Humanidades, que potencian el vínculo comunicativo desde el que podemos construir intersubjetivamente la vida compartida; y el interés por la emancipación, que busca desprenderse del lastre ideológico y caminar hacia una sociedad emancipada.
En nuestro momento, en la época de la revolución 4.0, las tecnociencias son sin duda sumamente útiles, y es preciso educar también en su manejo. Pero precisamente son útiles porque son instrumentos en manos de los seres humanos para construir una vida mejor o peor según la meta a cuyo servicio las pongan las personas. Las personas son los sujetos agentes y autónomos, también del mundo digital, por eso lo importante es discernir cuál es la meta.
De ahí que la digitalización sea un instrumento valioso al servicio de un proyecto educativo u otro, pero ella misma no es un proyecto educativo, sino un medio con el que pueden contar los docentes, los estudiantes, los centros educativos y las administraciones. Pero en todos los casos es sólo un medio.
Y si damos un paso más, y acudimos al mundo de la datificación y de los algoritmos sofisticados para tomar decisiones, es evidente que no se puede dejar en manos de los algoritmos las decisiones sobre cuestiones que afectan a la vida de las personas sin que haya una supervisión por parte de seres humanos, como bien dicen los documentos de la Unión Europea. Como sabemos, los algoritmos tienen sesgos, porque los elaboran seres humanos que trasladan a ellos sus sesgos. Por eso la Unión Europea reclama la trazabilidad y explicabilidad de los algoritmos por respeto a la dignidad de las personas, que son autónomas y no pueden ser tratadas como heterónomas, no pueden ser tratadas como meros instrumentos para cualesquiera fines.
Creer que los algoritmos son imparciales, porque no tienen emociones ni intereses y que serán el camino más seguro para conseguir la justicia y la equidad es un error craso. Más bien debido a sus sesgos tienen que utilizarse con suma cautela, sabiendo a qué poblaciones se aplican y desde qué presupuestos. Una educación digital es sólo una dimensión de un proyecto educativo, como lo es también una educación algorítmica. La educación sigue siendo una tarea de maestros, alumnos, padres y entorno, que se sirven de los instrumentos más adecuados, pero nunca se dejan sustituir por ellos.
Es urgente educar para una ciudadanía democrática y cosmopolita, que persigue construir un mundo sin excluidos, alérgica a la aporofobia, desde valores irrenunciables como la libertad, la igualdad, la solidaridad, el respeto activo a quienes piensan de un modo diferente, y el diálogo tomado en serio, desde el reconocimiento recíproco de quienes se saben interlocutores válidos para descubrir conjuntamente lo verdadero y lo justo y trabajar en esa dirección.
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Relanzar España en una Europa integrada
Raniero Vanni D’Archirafi, Ex Comisario Europeo y Ex Embajador de Italia en España
El contexto europeo es el único en el que nuestros países tienen que moverse si quieren tener relevancia, voz y protagonismo en el mundo actual. Una aventura, la europea, iniciada hace más de 70 años, constituye hoy el horizonte de todos y cada uno en este momento de crisis.
Para lograr este mix de pensamiento y acción, es necesario avanzar en la integración política y económica europea, abordando la regla de la unanimidad que facilite la adopción de decisiones en las materias más importantes y en los momentos más sensibles como los actuales.
Esto sobre todo en las políticas exteriores, defensa, energía, fiscalidad y social.
En otras palabras, hay que declarar obsoleto el Tratado de Lisboa, concretar entre Italia, Francia, Alemania y España una Europa unida en un núcleo central que pueda avanzar rápidamente hace una política europea común, exterior y de defensa incluida, declarando positiva una Europa social, anticipar una Europa energética, una Europa fiscal, presupuestaria y una unión bancaria
Una Europa paralela confederal podría así abarcar los 27, y los países de nueva adhesión como Ucrania.
Este telón de fondo es donde España relanzada y con una monarquía parlamentaria activa y dinámica, podría desarrollar un papel de refundación esencial.
La actual guerra de Ucrania, en el corazón de Europa, nos empuja a intentar superar la regla de la unanimidad a través de cooperaciones reforzadas o dobles velocidades como en el caso del euro, puede llegar a decisiones no compartidas por todos los países miembros y, por consiguiente, ser bloqueados por sus vetos. Europa necesita ahora con urgencia relanzar el proceso de integración.
La revisión de los tratados, orientados hacia un federalismo pragmático e idealista entre los países que están dispuestos a avanzar más rápidamente contuvieron el núcleo de una Europa federal, manteniendo el conjunto de los 27 y los otros que se adhirieran, en el marco de una comunidad política de tipo confederal.
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Por un velo de ignorancia
Camilo José Cela Conde, Profesor emérito de la Universidad de las Islas Baleares (UIB)
Dentro de las páginas que resumen el contenido de las ponencias y discusiones del II Congreso Nacional de la Sociedad Civil celebrado bajo el epígrafe de Relanzar España (Congreso, en adelante) hay una frase que podría figurar como resumen obligado para todas las asignaturas de la Historia de nuestro país si, en realidad, las autoridades académicas estuvieran interesadas en que se estudiase nuestro pasado reflexionando acerca de las claves que pueden permitirnos salir adelante a partir de las enseñanzas del pasado. Me refiero a la sentencia que asegura que En España es mucho más lo que nos une que lo que nos separa.
Las reflexiones breves, en particular las que muestran una contundencia del alcance de la frase que cierra el párrafo anterior, están condenadas a la matización. ¿España? Por absurdo que parezca, el nombre que recibe nuestro Estado se considera por no pocos políticos y bastantes de los pensadores que medran a su sombra como una especie de terreno confuso o, mejor dicho —si acudimos al bagaje de las matemáticas—, como un conjunto borroso cuyas fronteras andarían de forma perpetua bajo discusión. Tanto sus límites geográficos y, en particular, los temporales. Viene a cuento recordar la forma como personajes de la altura de Claudio Sánchez Albornoz y Américo Castro debatieron hasta la saciedad acerca del momento en el que cabe hablar de España como unidad política que cuenta con los rasgos propios de los Estados modernos. Es probable que ninguno de los dos historiadores llegase jamás a plantearse que, bien entrado el siglo XXI, sería en realidad el espacio y no el tiempo el que anduviese bajo sospecha. Con el agravante de que los términos de la discusión dependen en gran medida de esos cajones de sastre que el propio resumen del Congreso nombra como “nacionalismo” y “populismo”. Entrar en los valores nacionalistas y populistas hace, según creo, que la reflexión crítica sujeta a los cánones de la lógica de enunciados resulte a menudo imposible.
Y sin embargo… A mí me parece que sigue siendo mucho más lo que nos une que lo que nos separa, (en particular si dentro de las comparaciones tomamos en cuenta no sólo las virtudes sino también los vicios, si se me permite una ironía). Intentaré aventurar la hipótesis de que es así.
Años, si no décadas, de sobresaltos en materia de gobernanza han llevado a concluir que todo lo que nos ha unido hasta ahora en España, poco o mucho, necesita de un nuevo ropaje constitucional. Dicho de otro modo, hasta reconociendo que la Carta Magna de 1978 no sólo fue un logro (iba a decir milagro) aplaudido en todo el planeta sino que sigue siendo la única herramienta constitucional de que disponemos, aparece la necesidad cada vez más imperiosa de encontrar una nueva fórmula que permita adaptar a las necesidades de ahora mismo lo que fue la salida de la dictadura franquista dada casi imposible en su momento.
¿Cabe hacer tal cosa, el lograr un nuevo acuerdo de tal calibre hoy día, cuando resulta evidente que no hay ni por asomo una mayoría parlamentaria capaz de reformar la Constitución actual? Quizá la respuesta sea tan comprometida y complicada como para tener que renunciar a darla. En vez, puede que fuese una estrategia prudente la de seguir las conclusiones del Congreso en algunos aspectos particulares para, a partir de esos pequeños pasos, ir buscando qué nos une y qué nos separa. No estaría mal que en esa búsqueda imperase como primer objetivo el acuerdo acerca de la manera como hay que discutir.
Con las conclusiones del Congreso en la mano, los apartados que permiten movimientos exploratorios para encontrar las soluciones imprescindibles para nuestro futuro son muchos. Permítaseme indicar los que me parecen más adecuados para la discusión pendiente: (i) la integración en y de Europa; (ii) la educación de los ciudadanos (los escolares y los universitarios, pero no sólo ellos); (iii) la sanidad; (iv) el espacio virtual en el que se mueven nuestras comunicaciones; (v) la defensa del medio ambiente; (v) la participación ciudadana; (vi) la igualdad de oportunidades, dependiente en gran medida de la eficacia de la Justicia.
Se trata, como digo, de algunos de los principales epígrafes que el Congreso nos ha brindado. Pues bien, mi propuesta, no sustentada en ninguna autoridad ni intelectual, ni política, ni moral, es la de que se discuta primero la manera de lograr que los debates alcancen nuevos consensos en todos esos ámbitos. En mi opinión, esos sería quizá posible si tales debates se llevasen a cabo por separado, de forma independiente, y bajo la cautela que nos brindó hace ya casi medio siglo John Rawls con el nombre de velo de ignorancia (Rawls, J, 1975, A Theory of Justice, Cambridge MA, Cambridge University Press. Hay edición en castellano).
El velo de ignorancia es una barrera contra los partidismos, los abusos de poder y los prejuicios. Supone discutir en términos abstractos acerca de las alternativas que existen para poder resolver un conflicto, siempre que se haga sin tomar en cuenta cómo nos afecta cada solución a nosotros mismos, a los que aventuramos el posible acuerdo. Ante cualquier debate acerca de los derechos y deberes que deben tener quienes son diferentes por cualquier razón —sexo, etnia, riqueza, conocimientos, clase social, religión; lo que sea— cada uno debe discutir sin saber cuáles son sus características personales. Si se trata, por ejemplo, de otorgar ventajas a quienes tienen un determinado estatus social, los participantes discutirán acerca de la pertenencia o no de establecer ventajas o penalizaciones sin que ninguno de ellos sepa si es un noble, un siervo o un paria.
Como es lógico, el velo de ignorancia es un recurso que no corresponde a la realidad. Nadie ignora quién es ni cuáles son sus condiciones particulares. Pero de lo que se trata es de que quienes acepten debatir en los términos del velo de ignorancia no puedan esgrimir argumentos ad hoc. Habrán de mantener la discusión en términos de la racionalidad general de sus propuestas, no en función de cómo les conviene a sus intereses particulares porque el velo de ignorancia oculta éstos.
Pongamos un ejemplo. Imaginemos que estamos discutiendo acerca de si la esclavitud debe ser aceptada o no. Se pueden esgrimir razones en su favor —el negocio que hacen los tratantes; la eficacia de una economía basada en un trabajo muy barato; la imposibilidad de rechazar determinadas tareas— pero también razones en su contra —la condición terrible de los esclavos; la ausencia de posibilidades de mejora económica o social. Pues bien, Rawls sostiene que un grupo de personas racionales que decidan ignorar cuál es su condición de hecho serán capaces de alcanzar un acuerdo; en este caso, apoyando la esclavitud o negándola mediante la comparación de sus ventajas e inconvenientes. Mientras se encuentra bajo el velo de ignorancia, nadie sabe si él en persona es un esclavo o un tratante. Pero una vez que se alcanza el acuerdo, si éste implica aceptar la esclavitud ninguno podrá protestar cuando al levantar el velo resulte que su condición es la de esclavo. Se aceptan las condiciones del acuerdo que todos han dado por preferible.
Con esas premisas argumentales, la discusión bajo el velo de ignorancia llevaría de forma necesaria —según Rawls— a la minimización de los riesgos: se tenderá a aceptar aquello que resulte menos gravoso para quienes, levantado el velo de ignorancia, tengan el papel social, político, económico, etc., peor. Votando el acuerdo que menos perjudique a los desfavorecidos, se evita la situación más indeseable. Sin embargo, el mecanismo de debate bajo el velo de ignorancia no tiene por qué conducir a la fórmula del “café para todos”. Se pactará que haya diferencias económicas, sociales o del tipo que sea si, aceptándolas, todos salen ganando. Por ejemplo, que el ingeniero que dirige la construcción de un puente reciba un salario mayor que el de los obreros puede ser aceptable para todos. Pero será rechazable toda diferencia que no proporcione ventajas generalizadas. En el caso anterior, el de tender un puente, no sería racional que quien asumiera el papel de ingeniero y quien fuese peón obtuvieran esos roles respectivos por el color de su piel, el sexo, o el hecho de haber nacido en una familia determinada.
El velo de ignorancia no sólo es de aplicación en tareas triviales de decisión. Volvamos a las conclusiones del Congreso; las del epígrafe de la sanidad, por ejemplo. Las conclusiones indican el porqué de las necesidades de un cambio:
“El sistema sanitario español es universal pero no está adaptado a las nuevas necesidades de la sociedad cada vez más compleja y sobre todo al envejecimiento de la población. Hay que introducir mejoras urgentes: No tenemos una historia clínica compartida, el sistema de información es mejorable; y la coordinación socio sanitaria es nula. No se ha hecho suficiente en la parte socio sanitaria y en la parte de prevención, con lo que debería cambiar el modelo, rehaciendo el sistema y su financiación. La gestión del dato es lo que nos diferenciaría de una sanidad del siglo XX a una del siglo XXI, llevando el enfoque del estudio hacia los pacientes y no que gire alrededor del médico, coordinando los recursos públicos y privados para evitar duplicidades. Hemos de promover un pacto con voluntad política y realismo, hacia un sistema sanitario público potente que garantice la equidad y que al privado le permita personalizar la actividad. Hay que despolitizar la Sanidad, pensando en el paciente y el bienestar de todos.” (página 5).
Los aspectos clave de la sanidad son, de acuerdo con esas conclusiones, tres:
- el envejecimiento de la sociedad
- los sistemas de información de la sanidad, incluyendo sus bases de datos (que se dan por obsoletas)
- la necesidad de triajes virtuales basados en la utilización de la inteligencia artificial para encaminar al paciente al hospital adecuado.
No pretendo discutir la pertinencia de esos aspectos clave ni la posible ausencia de otros como puedan ser el del acceso de los profesionales de la sanidad a un puesto fijo o el debate de los términos, condiciones, competencias, responsabilidades y porcentajes que deberían tener la sanidad pública y la privada. Lo pertinente en los términos del alcance de estas cuartillas es la manera como se logra encauzar un debate, enfatizando lo dicho en el Congreso sobre la necesidad de despolitizar la Sanidad. A mi entender, esto sólo es posible adoptando un mecanismo de discusión similar al del velo de ignorancia que, por definición, es lo contrario a las “líneas rojas” o las “competencias históricas” que se esgrimen desde numerosas las posturas políticas.
Discutir epígrafes en concreto y, dentro de ellos, aspectos particulares del debate podría llevarnos a la sorpresa (relativa) de que no son las claves ideológicas ni los sesgos identitarios quienes agrupan las respuestas. Que en realidad somos muy diferentes, sí, pero casi iguales en la diversidad de las diferencias.
Si entramos en lo concreto bajo un velo de ignorancia que impida aferrarse a las posiciones previas, a lo mejor descubrimos lo mucho que nos une a una parte importante y desde luego nada despreciable de los ciudadanos.
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Razón pública y sociedad civil en el medio digital
Jesús Conill Sancho, Catedrático de Filosofía Moral y Política en la Universidad de Valencia
La razón pública es una de las exigencias básicas de las sociedades pluralistas y democráticas, que debería cuidarse y cultivarse, puesto que ofrece la posibilidad real de ejercer la razón crítica desde la Ilustración moderna. Pero el desarrollo de las nuevas tecnologías de la inteligencia artificial está planteando crecientes dificultades para la prometida ampliación de la libertad.
Las nuevas tecnologías de la información suponen unos riesgos mayúsculos para valores fundacionales de la sociedad moderna, como son la libertad y el horizonte de la justicia social. Se está transformando el entramado de las ciencias sociales, al introducir la potencialidad computacional, basada en la matematización de los datos (Big Data e Inteligencia Artificial), lo cual entraña graves consecuencias.
En estas nuevas ciencias sociales computacionales, basadas en datos de todo género, se presupone un modelo de naturaleza humana y de sociedad, en el que se entiende que “somos producto de nuestras redes sociales”, por tanto, que las personas están de tal modo sometidas a la influencia social y a los incentivos que “son asombrosamente predecibles”, de ahí la posibilidad de predecir su conducta con altísima probabilidad y de controlarla. Uno de los graves inconvenientes de esta visión consiste en el despotismo tecnocrático que implica y en la consiguiente devaluación de la libertad personal, sea en favor del poder de las grandes empresas y/o del Estado.
Este nuevo orden social que se está imponiendo y que ha recibido múltiples calificativos, creando una cierta confusión, lo decisivo es que una nueva forma de poder está poniendo en peligro y hasta sacrificando la libertad que debería emerger de la sociedad civil. Mediante la creciente extensión de las tecnologías de la información y de la digitalización en todos los ámbitos de la vida humana se logra extraer una enorme cantidad de datos, ampliando el conocimiento del comportamiento de las gentes y, por tanto, generando un poder que es empleado para proyectos comerciales y/o políticos cada vez más voraces.
El caudal de datos que se extrae de los usuarios de los medios digitalizados es aprovechado mediante los sistemas de la inteligencia artificial para lograr un conocimiento predictor y conformador de la conducta humana. El nuevo conocimiento de los datos permite lograr el poder hegemónico sea a través del mercado o del Estado, y más si éste es totalitario (como en el caso de China). En un caso se busca el beneficio económico y en el otro, el poder político y social. Pero en ambos casos se hace caso omiso del componente moral.
Lo que se está produciendo en este nuevo sistema de acción social es una expropiación de los datos y una creciente dominación de las personas. En vez de que internet sirva para empoderar a las personas, las está haciendo más dependientes y las encadena a una adicción que sirve para suministrar datos sobre sí mismas, pero en beneficio de otros, con grave peligro para la libertad personal.
En las actuales sociedades tecnologizadas, las personas buscan satisfacer sus presuntas necesidades a través de unos medios que sirven para extraer –saquear- los datos de esas personas y de las cosas de sus entornos, pero en beneficio de otros, en función de objetivos e intereses de otros que así acrecientan sus beneficios y su poder político y social. Este nuevo régimen social se sustenta en las nuevas tecnologías de la digitalización, los big data y la inteligencia artificial, pero también en cierto secretismo y camuflaje de actividades, desinformacíón y falsos consentimientos, a lo que se añade la falta de reacción social y de controles institucionalizados que garanticen el ejercicio de la libertad lúcida y la justicia. No se han desarrollado las instituciones económicas y políticas que requiere este nuevo poder, sino que se han debilitado o relajado las que existen para defender la autonomía de las personas, porque hasta ha aumentado la conciencia de que el éxito (la presunta eficiencia) en algunos asuntos justifica la restricción de las libertades, el ejercicio autoritario del poder y la falta de justicia.
Además del objetivo de sacar beneficios económicos y políticos, los datos están siendo aprovechados para impulsar una mejora de la conducta de la gente, que hasta ahora no se ha logrado mediante la persuasión, ni la educación moral. Por eso, en vez de acudir como ha sido tradicional a la ética, un nuevo conductismo colectivista inspirado en la inteligencia de las máquinas conduce a conformar una “colmena humana” y, por su parte, el gobierno chino confía en los nuevos medios tecnológicos para conseguir modelar y cambiar con más eficiencia el comportamiento de la gente. Con un sistema de puntuaciones para premiar y/o castigar lo que se consideran buenas o malas acciones, se ha puesto en marcha un “totalitarismo digital”, que parece garantizar los resultados propuestos por las instancias del poder del Estado, sin contar con ninguna otra mediación intermedia de la sociedad civil.
¿Son inevitables estas nefastas consecuencias de orden económico y político? ¿La presunta eficiencia para modificar la conducta de las personas justifica que se sacrifique la libertad y la justicia? Para los que defiendan un determinismo tecnológico, no habrá más remedio que aceptar lo presuntamente inevitable, como otros aceptan el destino del ser o el de la política. Hay para todos los gustos. Pero desde una actitud ilustrada con sentido hermenéutico cabe enfrentarse a esa nueva deriva tecnocrática, aunque sin hacerse muchas ilusiones idealistas. Porque todos los mecanismos que caracterizan a la economía informacional y a las políticas que la acompañan son creaciones humanas que, en principio, se pueden cambiar y reorientar, si existe firme voluntad y las gentes no se someten como rebaños a las actuales coerciones del nuevo poder social (económico y/o político). Pero para ello hace falta optar radicalmente por la libertad, que los usuarios y consumidores se rebelen y no se dejen seducir por éxitos superficiales que no garantizan los valores más apreciados como la libertad y la justicia; lo cual resulta difícil porque exige algún sacrificio (en forma de sufrimiento o de renuncia), al que no se suele estar dispuesto por lo general. Pero imposible no es.
Además de las graves deficiencias ético-políticas señaladas, lo más tóxico en esta situación es el deterioro de la privacidad y de la intimidad personal, porque es en este nivel donde se encuentra la fuente de la libertad de las personas, sin la que no hay vida moral sana, ni economía ética, ni política auténticamente democrática. Hay quienes creen que conviene reducir las exigencias éticas y jurídicas, por ejemplo las establecidas en la Unión Europea, en función de un cierto cálculo del costo de oportunidad. Pero en el costo de oportunidad tendrían que incluirse más aspectos que los exclusivamente económicos; hay que tener en cuenta que en ese cálculo nos estamos jugando también la libertad, la justicia y la intimidad personal, el ámbito en que proyectamos el sentido de nuestras vidas.
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