Mesa C. ¿Es posible un liderazgo español en la nueva Europa?: ¿Tiene sentido una política mediterránea?

Sesión II. España en Europa: ¿liderazgo o dependencia?

 

Presidenta de mesa

Teresa Freixes San Juan.Catedrática Jean Monnet ad personam. Presidenta de Citizens pro Europe.

Ponentes

Francisco Fonseca Morillo.Director de la Oficina de la Comisión Europea en España (2009/2022). Director General Adjunto de la Comisión Europea (2015/2018)

Lois Babarro Alén. Presidente de la Confederación Europea de Jóvenes Empresarios.

Carmen Quintanilla, Presidenta nacional de AFAMMER. Vicepresidenta de la Unión Europea de Mayores del PPE

Damián Carmona.Presidente de la Fundación Sociedad Civil.

Daniel Berzosa, Doctor europeo por la Universidad de Bolonia. Profesor de CUNEF

 

 

PUNTOS ESENCIALES Y CONCLUSIONES

 

Teresa Freixes San Juan

 

  • Cuando hablamos de liderazgo en el siglo XXI debemos entender los liderazgos de otra manera, tal vez deben ser liderazgos compartidos.
  • España es una pieza fundamental de Europa, somos un elemento estratégico y esencial en la política europea. Podemos y debemos trabajar en el reparto de la riqueza para que no haya una casta económicamente fuerte y una masa cada vez mayor de gente en necesidad. Una forma sería no pensar tanto en macro política y también fijarnos en micropolíticas, como la que afecta a las políticas agrícolas o a la soberanía alimentaria
  • Antes de pensar en una nueva etapa de integración debemos recuperar la intención de los padres fundadores de la Unión Europea, crear futuro para todos los ciudadanos europeos y asumir que los retos que tenemos sólo pueden asumirse en común. Europa debe ser un puente hacia nuevas oportunidades

 

Quiero agradecer a Aldo Olcese la oportunidad de moderar esta mesa y poder hablar de temas que son tan importantes para nuestro país. Antes de dar paso a los ponentes, quiero plantear, en primer lugar, que Europa no está actualmente viviendo momentos de grandes unanimidades y tampoco está ante una situación en la que tengamos grandes líderes europeos. Sin embargo, estamos ante desafíos importantes, tanto institucionales como en las políticas que es necesario afrontar.

En un mundo globalizado, cabe proponer otro tipo de cuestiones, como si tiene sentido una política mediterránea en donde hay países de la Unión Europea implicados y otros que están en otras áreas geográficas que también se ven afectados por todo aquello que sucede alrededor del Mediterráneo: migraciones, deslocalizaciones, etc. afectan también a los países no ribereños.

 

 

Daniel Berzosa

 

  • A España le corresponde, por su propia historia, un liderazgo europeo y en torno a la cuenca del Mediterráneo.
  • Hay que buscar gente que empuje y que haga posible ese liderazgo imprescindible para España y por la Unión Europea y para la Unión Europea de España en Europa y de España ante una política mediterránea.

 

Quiero agradecer la invitación a participar y a todos los asistentes.

 

Ni Europa, hasta Escandinavia y Rusia, ni el Mediterráneo por entero se explican sin España desde Tartessos, es decir, desde 1200 años antes de Cristo, año arriba, año abajo. O, desde hace 3223 años hasta hoy. Ante tal evidencia, los españoles tenemos mucho que aportar como primer país europeísta que, además, necesita la integración europea.

 

El tema de esta mesa pretende afrontar dos aspectos que merecerían dos mesas. Pues cabe perfectamente reflexionar sobre la primera cuestión (si cabe un liderazgo español en Europa), al margen de la segunda (si tiene sentido una política mediterránea). Desde luego, se debe responder de forma afirmativa a ambas cuestiones. Pero, dado que se nos ha convocado con esta doble cuestión fusionada, advierto ya a nuestra honorable audiencia que me moveré en ese marco sugerido por la organización del congreso entre un potencial liderazgo español europeo y una potencial política mediterránea española y europea, y viceversa.

 

Desde el punto de vista de lo que significa la Unión Europea, una unión europea, y de una política mediterránea, se debe partir —y más en el tiempo actual— de una consideración general estratégica. Insisto en el concepto de estratégico. Es basal, nuclear. Se trata de un axioma, que dicen los matemáticos, es decir, de una verdad del barquero. No es un teorema o verdad matemática que haya que demostrar. Es algo esencial; de suerte que, si no se acepta, cualquier planteamiento que se siga de él, estará errado.

 

En el caso de Europa no parece haber duda. Europa es Occidente. Pero, en el caso del Mediterráneo, esto es, de las naciones que se han constituido y viven en torno a sus orillas, se impone una pregunta. ¿Son parte del mundo occidental? ¿Sí o no? ¿Quieren ser parte del mundo occidental, aunque sea de forma sui generis? ¿Sí o no? Esta es la cuestión estratégica que hemos de tener encima de la mesa. Y, a partir de ahí, se podrá construir una u otra política mediterránea. Que, en todo caso, es imprescindible.

 

Y aquí, históricamente, hay algo decisorio o divisivo o diferenciador. Hasta el siglo VII, la civilización, interiorizada o directriz, era la misma en todas las orillas del Mediterráneo. Desde entonces, no lo es. Esto se debe tener en cuenta, y de esto se debe partir también para comprender de forma correcta las relaciones entre las comunidades que se abalconan al Mare Nostrum para poder plantear una correcta dirección política del asunto. No se puede tratar de forma unívoca, unilateral (cristiana o musulmana), sino convergente, compartida en los elementales de un problema, de una relación. Si las partes no están de acuerdo en un mínimo común es imposible acordar nada.

 

Como ya he dicho que una política mediterránea es necesaria —aun por inevitable— para España y para la Unión Europea, la oportunidad que se brinda deberá integrar las diferencias civilizatorias y centrarse en las necesidades existenciales compartidas. Dicho de otro modo; aunque los estados del Mediterráneo no participen —como no lo hacen— de los mismos valores exactamente que los estados de la Unión Europea, sí comparten algunos de ellos o, al menos, los mismos intereses de preservación de sus comunidades nacionales frente al nuevo mundo geopolítico que, con dolores de guerra, se está alumbrando.

 

En definitiva, España, por su propio interés y en interés de la Unión Europea, y esta misma (incluidos los estados escandinavos y los preocupados de forma especial con Rusia), debe ayudar a entender a los demás miembros de la Unión que hay que aproximar sólidamente al mundo europeo, a Occidente, a los estados de la ribera mediterránea que compartan unos mínimos intereses estratégicos o existenciales, o de ambas clases, frente a los que han decidido alinearse con el nuevo eje rector del mundo (China, Rusia et alia). Debe tenerse presente que, si bien China y Rusia participan del anhelo de la revisión del actual orden mundial, distan en la definición del nuevo orden emergente.

 

Para esto, se necesitan evidentemente agentes en el propio territorio que estén a favor de esta visión. Agentes muy activos, y muy determinantes, a favor de una asociación o coordinación con la Unión Europea. Y esta debe estar especialmente concernida en que dicha ordenación de todo el Mediterráneo, en el sentido de una concordia de estados sobre unas bases comunes, que, por extensión, por anticipación territorial, deben llegar hasta su retaguardia en los países del Sahel, es fundamental para su propia subsistencia y del orden occidental. Cuanto mayor sea el diálogo entre la Unión Europea y los otros países del Mediterráneo tanto mejor para influir sobre esas cuestiones. Y, en esto, España debe desempeñar un papel decisivo por su historia y su proximidad.

 

En esta cuestión, se está en un momento decisivo por tres motivos. En particular, para España, por sí misma y por el que debería ser su papel en la Unión Europea. Y esto no puede tratarse como una aproximación académica, ni desde presupuestos patéticos, sino como fruto del cambio político que está experimentando el mundo entero.

 

Primer motivo. La revolución tecnológica y digital que estamos viviendo es de tal envergadura, de tal velocidad y de tal intensidad que, inevitablemente, va a provocar unas brechas entre países desde el punto de vista social y cultural de una manera espectacular e impresionante. Pero aún más entre los países de uno y otro lado del Mediterráneo.

 

Segundo motivo. Las cuestiones económicas y sociales deben volver al centro del debate político, pese al calamitoso populismo desparramado. Desde el año 2014, se está produciendo un retroceso económico y social. Si hasta entonces y durante un decenio, hablamos de cómo muchísimos millones de personas salieron de la pobreza; desde entonces, estamos haciendo la cuenta de cuántos han vuelto a la pobreza o cuántos han vuelto a la extrema pobreza. El crecimiento económico ha de ser el elemento principal para, luego, intentar hacer un reparto razonable. La actual dinámica conduce a castas de súper ricos frente a unas masas empobrecidas. Si no hay crecimiento, no se puede repartir. Y si esto no es posible, las sociedades tampoco serán más justas, ni podrán progresar.

 

Tercer motivo. El mundo se está fragmentando hacia una ordenación en bloques. Esto puede terminar en una guerra fría o en una guerra más caliente o en una coexistencia. Y todo país debe decidir dónde va a estar, dónde quiere estar y con quién quiere estar. Estratégicamente, este motivo trata de la presencia de China y Rusia en el mundo. Con China como el nuevo gran actor mundial. Basta con recordar la reciente visita del líder chino a Moscú o la llamada que ayer mismo aquél hizo al presidente de Ucrania. O al hecho de que China haya sido recientemente el agente del acercamiento entre Irán y Arabia Saudí.

 

Ante estos hechos, la Unión Europea debe ordenar su idealismo o, si se prefiere, dogmatismo dirigente frente a los países del Mediterráneo (y los otros de la Tierra, naturalmente), y, por ejemplo, construir infraestructuras en lugar de impartir conferencias. Es un hecho probado que, entre la construcción de un aeropuerto y la celebración de una conferencia, cualquiera se queda con quien le construye el aeropuerto.

 

No hay duda de que la Unión Europea tiene sus propias tensiones internas. Propias, porque es un ente político vivo y porque aún está digiriendo el Brexit; y externas inmediatas, porque sigue la guerra de Ucrania.

 

Ante esto, el deseable y deseado liderazgo de España en la Unión Europea y ante una política mediterránea está desvaído. España se encuentra en una dinámica que es difícil de explicar o fácilmente explicable. Dicho de la forma más sencilla posible: hemos perdido parte de nuestras posibilidades; porque hemos desordenado la casa. Y esto debe reorientarse sin más tacticismos de política interna. España alberga la población más europeísta; nuestra diversidad interior nos permite liderar una Europa diversa; disponemos de una sociedad civil potente; y hay un cierto consenso entre las dos fuerzas mayoritarias respecto de las políticas europeas. La sociedad española en su conjunto quiere más Europa y ocupar más espacios en ella.

 

China sabe muy bien lo que quiere. Quiere materias primas. Rusia sabe muy bien lo que quiere. Fastidiar a Occidente y, por tanto, a la Unión Europea. Y los españoles, los europeos, ¿qué queremos?

 

Lo decisivo es lo que queremos hacer. No solo preguntarnos dónde podemos ir o dónde queremos ir como nación, sino de asumir la voluntad política de la dirección a donde se quiere conducir a ese país. En nuestro caso, a España, a la Unión Europea.

 

Pese a lo que parece y algunos equivocadamente o a propósito diseminan, la Unión Europea y los Estados Unidos están totalmente alineados, más que nunca, en un conflicto muy preocupante, como es la guerra de Ucrania. Que ha saltado también al otro lado del Mediterráneo muy cercano a España. Con Marruecos aliado con Estados Unidos y Argelia aliada con Rusia y, por tanto, con China.

 

La Unión Europea y los Estados Unidos están mucho más alineados de lo que parece en la gran competición entre éstos y China. Incluso mucho más alineados de lo que puede parecer cuando un dirigente europeo, por estupendo que sea, habla de autonomía estratégica de Europa. Porque, para hablar de esto, además de cierta apostura, hay que tener una población pujante, una economía pujante, un poder militar pujante, una capacidad tecnológica pujante… Y si no se tiene, pues todo eso queda en —permítaseme la expresión coloquial— chauchau.

 

En este punto, quiero hacer una referencia a la OTAN en relación con un posible liderazgo de España en la Unión Europea y respecto de una política mediterránea. Por una parte, se está generando un reforzamiento del mundo occidental y, por consiguiente, del europeo, a causa de la invasión de Ucrania. Y, por otra parte, no hay duda de que el esquema estratégico territorializado de la OTAN ya no tiene sentido. El mundo de la guerra y la postguerra fría se ha terminado. Ahora estamos en otra dimensión. Hay que revisar la política en cuanto a la seguridad, a la defensa, a la economía, a la energía. Las instituciones que son en primera instancia de seguridad tienen que ser repensadas.

 

Pues bien, si el mundo se está reordenando en forma de nuevos bloques, uno de los cuales es Occidente, en donde está la Unión Europea, en donde está España, y, por supuesto, Estados Unidos y confiemos en que las naciones de Iberoamérica, aquél tiene que aceptar a cualquier país del mundo que quiera pertenecer a él, con independencia de su situación geográfica y aun cuando no lleve a efecto perfectamente los valores democráticos, si existencial y políticamente no desea formar parte de otro bloque y está dispuesto a enfrentarse, a resistir las acometidas del otro o de los otros bloques.

 

La OTAN, con éste o refundada denominación y sigla, debería ampliarse más allá de sus actuales y anticuados límites geográficos, y por lo que respecta al Mediterráneo, no solo abrir la posibilidad de formar parte a Israel (acabo de señalar que China ha sido el agente mediador entre Arabia Saudí e Irán), sino a también Marruecos. Ojalá se integraran Japón y la India. En cuanto a Marruecos, vistos los acuerdos privilegiados de este país con Estados Unidos, y el propio giro de la diplomacia española, en el contexto de reorganización de mundo, podrían ser de una muy positiva sinergia a ambos lados del Estrecho. Algo así como Grecia con Turquía, cuya enemistad y beligerancia son mucho más antiguas (ahí está Chipre), pero que se ven ordenados por su alianza militar. Podría ser una oportunidad para estrechar las relaciones entre España y Marruecos, y sumarlo como aliado claro de España, la Unión Europea y Occidente.

 

Esto que digo no solo lo hago desde elemento de la seguridad, que es obvio, sino desde las sinergias potentes en los demás ámbitos que se podrían generar.

 

La Unión Europea es mucho más poderosa de lo que podemos imaginar. Acaso también fruto de las dificultades de los regímenes democráticos, donde las decisiones se toman mediante la discusión y el pacto, y no mediante la imposición de un autócrata, sea personal o en forma de partido político. Occidente y la Unión Europea tienen muchas más capacidades de las que reconocemos, lamentablemente. Sucede que hemos perdido el rumbo político en nuestras sociedades, en los dirigentes que hemos elegido de un tiempo a esta parte. Se ha perdido u opacado la comunidad de propósitos, de objetivos mínimos o máximos compartidos donde se reconoce toda sociedad, cualquier país o comunidad política en una línea histórica.

 

Ahí, España sí tiene una oportunidad de trabajo; sí puede actuar realmente en el mundo mediterráneo. Hoy, más que nunca, España debería jugar un papel decisivo en el Mediterráneo, en la propia construcción de una nueva relación de ella con los demás países y de la Unión Europea con estos. Para eso, España tiene que estar bien presente en Europa, al tiempo que debe tener una relación muy de confianza con Estados Unidos.

 

Creo que, en España, hay personas muy inteligentes y capaces, y con su concurso, tenemos que decidir qué es lo que queremos hacer y qué es lo que podemos hacer. No importa que haya muchas cosas por hacer. Cada uno hará las que les corresponda. Pero, entre todos juntos, hemos de fijar, empujar y luchar por propósitos comunes, por objetivos compartidos en beneficio de todos; de España, de la Unión Europea y de los países del Mediterráneo.

 

 

María del Carmen Quintanilla Barba

 

  • La presidencia europea de España podría contribuir a potenciar el Pacto Rural
  • No solo debemos centrarnos en el turismo de paso, los pueblos europeos también necesitan de personas que echen raíces y decidan quedarse. Para ello, la Política Agraria Común (PAC) de todos los países de Europa es una de las grandes medidas de la Unión Europea para favorecer al sector agrícola y alimentario.
  • Tenemos el deber y la obligación de atender a nuestros mayores que han trabajado durante años y en situaciones muy complicadas, tanto política como económicamente, para levantar esos pueblos que ahora se mueren poco a poco.

 

Hay que analizar el nuevo contexto social y geopolítico que se ha originado en los últimos años en el Viejo Continente, incluso en los convulsos últimos meses, para poder responder con rigor a la pregunta de si es posible un liderazgo español en la nueva Europa y si tiene sentido hoy una nueva Europa mediterránea.

 

Si hay un factor determinante que está provocando un constante cambio en Europa es la guerra ruso-ucraniana, pues está suponiendo un reajuste de prioridades y también de liderazgos a marchas forzadas. La incertidumbre por saber qué ocurrirá de un día a otro en tierras ucranianas, y cómo repercutirá eso al resto de países europeos, hace que la balanza política, social y económica a nivel continental sea inestable.

 

Es un conflicto que apunta a no tener fin a corto plazo, al menos no durante el último semestre del año, periodo en el que España tiene en su poder la presidencia del Consejo de la Unión Europea. Pese a la complicada situación que se vive en Europa, esta presidencia rotatoria supone también una gran oportunidad para reflotar y afianzar el liderazgo de España ante el resto de líderes europeos, así como a ojos de todo el mundo.

 

Han sido muchos años de un mando indiscutible de Alemania, que marcó el ritmo tras la crisis de 2008. Ahora, durante la guerra de Ucrania, incluso antes de que estallara el conflicto, Francia avanza con decisión en la toma de decisiones a nivel europeo, hecho que ha provocado alguna tensión con el país germano.

 

Este reajuste de liderazgos viene marcado por el Brexit, que está beneficiando principalmente a Francia, debido a que las inversiones que iban a Europa normalmente se dividían entre Frankfurt y Londres. Ahora, París es un gran atractivo para la inversión.

 

No debemos olvidarnos tampoco de la cuestión energética, que lleva meses marcando todas las agendas políticas, pues recordemos que Alemania siempre ha basado su modelo energético en la importación de gas ruso barato, llegando a tener una dependencia de Rusia del 55% a mediados del año 2022. La guerra ha provocado que el país germano haga una transición a toda velocidad. En el caso de Francia, desde París se apostó por la energía nuclear, a partir de la cual produce aproximadamente el 70% de su electricidad.

 

A diferencia de Francia, en España se decidió apostar por energía solar, en lugar de energía nuclear, provocando que muchos de nuestros campos donde nace la soberanía alimentaria hayan quedado inundados de placas solares. La duda, en este aspecto, es si se ha acertado en esa decisión y si el beneficio será suficiente para afianzarse entre los líderes de la nueva Europa con esta y otras medidas que se vienen tomando en los últimos tiempos, ahora con Francia como gran referente de la Unión Europea.

 

Con la presidencia del Consejo de la UE en poder de España, es el momento de apostar por una política firme y clara, especialmente en lo referente a la política europea en el Mediterráneo y también en las relaciones con Iberoamérica, donde tiene la ventaja, respecto al resto de estados europeos, de hablar el mismo idioma que la mayoría de los países miembros.

Es más, la presidencia de turno de España podría contribuir a desarrollar las siguientes vertientes a nivel europeo:

 

  • Ciudadanía europea
  • Relaciones con los países del Mediterráneo y Latinoamérica. España dentro del mar Mediterráneo tiene que ser un puente en el futuro de la inmigración
  • Igualdad de oportunidades entre hombres y mujeres sin importar el sexo de cada persona
  • Potenciar el Pacto Rural

 

“Las zonas rurales son el tejido de nuestra sociedad y el corazón de nuestra economía. La diversidad del paisaje, la cultura y el patrimonio son algunas de las características más definidas y destacables de Europa”, decía Ursula Von der Leyen.

Con esta cita, la Presidenta de la Comisión Europea hacía referencia a los miles de pueblos que acogen a millones de personas en los países de toda Europa. Para aprovechar todo el potencial que guardan estas localidades se puso en marcha el Pacto Rural Europeo, surgido a partir de una conferencia en la que participé, en junio de 2022.

 

Este pacto, que es un marco de cooperación entre autoridades interesadas a nivel europeo, tanto nacional como regional o local, tiene la misión de cumplir los objetivos compartidos, a medio y largo plazo, de las distintas zonas rurales de la Unión Europea.

 

La necesidad de este acuerdo nace del abandono progresivo del medio rural europeo. Pese a todo, aunque muchas personas se marchan a trabajar y vivir a las grandes ciudades, aún queda casi un 30% de la población europea que vive en las zonas rurales.

 

Por esta gente, y por el potencial que guardan esas localidades que no podemos dejar que se queden sin habitantes, estamos en la obligación de mitigar el ritmo del declive de la actividad económica en estas zonas, de frenar el éxodo de la juventud y la pérdida de algunos servicios fundamentales como el transporte público o un acceso a Internet decente.

 

Una de las vías que se han encontrado para reavivar el tránsito de gente en los pueblos son las casas rurales. La demanda de viviendas rurales ha aumentado, lo sigue haciendo, y aunque las personas que hacen uso de este tipo de alojamiento solo están de paso en los pueblos, sus visitas crean nuevos espacios empresariales y provocan un efecto llamada en las zonas rurales que vienen acompañadas de una mayor demanda de turismo recreativo.

 

Pero no solo podemos centrarnos en el turismo de paso, los pueblos europeos también necesitan de personas que echen raíces y decidan quedarse. Para ello, la Política Agraria Común (PAC) de todos los países de Europa es una de las grandes medidas de la Unión Europea para favorecer al sector agrícola y alimentario.

 

De las ventajas de la PAC pueden gozar tanto hombres como mujeres que trabajen las tierras de las zonas rurales. Acogerse a ella es una oportunidad para emprender y tener un presente y futuro laboral asegurado gracias a las múltiples ayudas que ofrece.

 

Otro de los retos que persigue el Pacto Rural Europeo es el de establecer un plan de Igualdad de oportunidades, donde las mujeres puedan desarrollarse personal y profesionalmente en las zonas. De esta forma, podrán emprender y participar en la toma de decisiones para invertir en servicios relativos a la conciliación de la vida familiar y profesional, así como servicios para las personas mayores.

 

También hay que tener en cuenta a las personas mayores, que han trabajado durante años y en situaciones muy complicadas, tanto política como económicamente, para levantar esos pueblos que ahora se mueren poco a poco. Ahí quieren muchos de ellos terminar sus días, pero se encuentran ante la dificultad de estar bien atendidos o contar con los servicios suficientes sin tener que desplazarse varios kilómetros en un transporte público casi inexistente.

 

Tenemos el deber y la obligación de atender a nuestros mayores y darles los mejores cuidados. Hay que llevarlo a cabo a partir de la Estrategia Europea de Cuidados, aprobada en septiembre de 2022, que garantiza unos servicios asistenciales de calidad y accesibles para los ciudadanos de toda la Unión Europea.

 

Estas y otras muchas son las tareas a las que debe hacer frente la Unión Europea en los próximos años. Ahora, la presión está sobre los hombros de España, que tiene la oportunidad de demostrar su buen hacer para mejorar un medio rural que es de toda la sociedad europea.

 

Damián Carmona Navarro

 

  • Es necesaria una sociedad civil fuerte, estructurada y unida de tal manera que sea capaz de llevar a cabo su principal función pues en último término, la sociedad civil constituye el mecanismo más eficaz para controlar el estado en las democracias representativas.
  • La sociedad civil lo único que puede hacer es estar más unida para ser capaz de poder controlar a la clase política. Si queremos mejorar la democracia, la solución no va a venir de parte de los políticos, tiene que venir de que la sociedad se organice para poner unas reglas del juego en la que la competencia realmente esté dentro de los partidos políticos.

 

Cuando en 1798 se publica el “Ensayo sobre el principio de la población” de Malthus, la población mundial no llegaba a los 1.000 millones de personas. Actualmente ya hemos sobrepasado los 8.000 mil millones.

 

Por suerte para todos nosotros e, incluso, para los fundamentalistas del ecologismo, tan acostumbrados a distorsionar algunos argumentos científicos para amenazarnos con las “plagas bíblicas”, más de 200 años después, parece que sus imprescindibles teorías para el avance del pensamiento económico, político, social y científico, no eran del todo acertadas.

 

En cualquier caso, para lo que nos ocupa, lo importante es la cifra: 8.000 millones de seres humanos, este es el escenario en que nos desenvolvemos.

 

De estos 8.000 millones, 3.000 millones corresponden a la India y China, con aproximadamente 1.500 millones cada una.

 

España con 47,5 millones es insignificante, incluso Alemania con sus 83,7 millones representa muy poco a nivel poblacional.

 

Únicamente la Unión Europea con sus casi 450 millones puede representar un papel importante en el actual panorama geoestratégico. Y es posible que, aun así, este nivel de integración pueda quedarse corto ante las amenazas a que se enfrenta la civilización occidental.

 

En cualquier caso, antes de pensar en una escala superior de integración, es necesario acabar los objetivos que los padres de Europa tenían cuando concluyeron la primera etapa de su obra, “La decisión”, que entregaron a nuestra generación para que la convirtiéramos en una promesa de futuro, una responsabilidad que hemos eludido peligrosa y vergonzosamente.

 

Actualmente, ya vivimos en el futuro que en 1993 en la revista Foreign Affairs predijo Samuel P. HUNTINGTON. En este momento, los conflictos más importantes son entre civilizaciones y Occidente es el objetivo para batir por todas las demás.

 

Los desafíos a los que nos enfrentamos son reales, mal que les pese a los defensores de las teorías “buenistas”, y no van a desaparecer por ignorarlos, sino que irán a más.

 

Por tanto, si queremos defender nuestra sociedad y los valores que representa occidente, nuestra principal aportación pasa por concluir el proceso de integración europeo.

 

En el momento de su fundación, los padres de Europa tuvieron un “aliado” muy poderoso, la invasión de HUNGRIA en 1956 supuso el último espaldarazo que llevo a la firma de los Tratados de Roma el 25 de marzo de 1957.

 

Actualmente el mismo “aliado”, no ya tan poderoso, se empeña en dar un nuevo impulso. La invasión de UCRANIA, del pasado año, parece haber despertado a Europa del placido e inconsciente letargo en el que se sumió hace décadas.

 

Lo que no está tan claro es que, a pesar del empeño de PUTIN por unir Europa, la clase política actual esté a la altura de Jean Monnet, Robert Schuman, Konrad Adenauer, Alcide De Gasperi o Paul-Henri Spaak, los llamados «Padres de Europa».

 

En el actual mundo globalizado, la disyuntiva a la que nos enfrentamos los europeos no versa sobre la necesidad de unirnos, sino sobre qué tipo de Europa queremos.

 

Una Europa, donde la clase preponderante sea la política, y por tanto, la burocracia aplaste la libertad y el desarrollo, es decir:

 

Ser liderados por una clase dirigente política, improductiva, que reclama para sí el monopolio legítimo de la violencia. Cuyos miembros establecen la competencia interna en la capacidad de medrar y que, en su estrategia de ascenso social, han entrado en una peligrosa dinámica de mercadeo con el demos, al que sólo puede ofrecer lo arrebatado a otros.

 

O una Europa, donde los individuos sean libres para competir y crear riqueza, o sea:

 

Que el liderazgo lo ejerza una clase formada por emprendedores, donde la competencia se establece en la capacidad de innovar para ofrecer los mejores productos y el triunfo lo determina el público mediante su selección.

 

En definitiva, los ciudadanos europeos debemos decidir qué tipo de élite debe predominar, la de los “reguladores” o la de los “creadores”.

 

Europa está secuestrada por una clase burocrática improductiva que, instalada en su zona de confort, detesta la competencia. Estos parásitos son los culpables de que la cuna del individualismo y el liberalismo, se precipite hacia una sociedad colectivista.

 

Su incompetencia es la causa por la que, después de que el esfuerzo y la genialidad de nuestros predecesores establecieran las bases del mundo moderno, ya no tengamos ninguna influencia sobre su destino.

 

Debo de aclarar que, cuando hablo de la casta europea gobernante, no me refiero a Bruselas, que también, sino a todos los políticos de la infinidad de niveles administrativos que nos expolian, e incluso, a toda la caterva de colectivos que pululan en sus aledaños y utilizan sus mismos procedimientos.

 

De ningún modo debe entenderse esta crítica como una enmienda total a la clase política, pues a estas alturas, todos somos conscientes del fracaso de los intentos utópicos, provenientes tanto de la derecha como de la izquierda, de eliminar el Estado. Lo que se pretende es, en la línea de todos los grandes pensadores políticos, advertir del peligro que supone la tendencia “maltusiana” al crecimiento innecesario e indiscriminado de la burocracia política y su tendencia al abuso del poder.

 

Desde un punto de vista biológico la evolución se explica por las mutaciones y la selección natural. En clara correspondencia, la evolución de las sociedades se debe a los cambios en las ideas e instituciones, así, como por la competencia interna y externa. En los estados modernos la clase política pretende utilizar la burocracia para atenazar a la sociedad, impidiendo la competencia, como medio para consolidar y defender sus posiciones de privilegio. Cuando lo logran, como es el caso de Europa, sólo es cuestión de tiempo su colapso.

 

Si los ciudadanos apostamos por los mejores, Europa tiene todos los elementos necesarios para volver a ser decisiva y liderar de nuevo el Mundo.

 

Sé, que estas pretensiones despiertan la animadversión de determinados sectores que representan lo “políticamente correcto”

 

Pero yo les preguntaría a estos profetas del mal entendido “progresismo” ¿qué hay de malo en liderar el mundo? Sobre todo, si es consecuencia de las ideas y el trabajo, además, cuando este liderazgo permite compartir con otras civilizaciones los valores occidentales; los únicos que, como se ha demostrado, permiten sociedades libres y prosperas, en las que los individuos pueden desarrollarse hasta donde sus capacidades le permitan.

 

 

Francisco Fonseca Morillo

 

  • “Ignoranti quem portum petat nullus ventas suum est” (Séneca). Tenemos que ser capaces de establecer qué queremos hacer y hacia dónde queremos ir.
  • La clave del éxito en Europa, es haber llegado al acuerdo que el poder no se expresa en función de quien tenga más fuerza, el poder se expresa a través de la mesa de negociación y cambiando cartas.

 

Quiero centrar mi intervención en dos temas: liderazgo de Europa y de España; y el Mediterráneo y nuestra vecindad.

 

Es a través de estos dos parámetros como, de manera visible, podremos continuar reflexionando sobre la cuestión

 

¿Quo vadis, Europa?

 

  1. Cuando hablamos del liderazgo de Europa, es un liderazgo sobre algo nuevo, basado en un concepto de “soft power”: Europa empieza a construirse como una entidad política explícita, cuando se cae el «paraguas protector» de la Guerra Fría. Hoy tenemos un liderazgo diferente y basado en diversos ejes y reparto de competencias, es un liderazgo más acorde con estos tiempos que estamos viviendo. La cuestión es no ignorar el puerto al que nos dirigimos.

 

Bruselas se entiende como un fantástico retablo en el que se expresa descarnadamente la teoría de los juegos. Europa es un cambio de paradigma en el que los padres de la civilización mundial, desde el Mediterráneo hasta la expansión colonial, han decidido (o llegado a la convicción), que el poder no se expresa en quien tenga más fuerza, el poder se expresa a través de la mesa de negociación y cambiando cartas. Ese es el secreto de Europa.

 

Hay que tener muy claro cuáles son los intereses centrales de todos los Estados en la UE. España tiene que jugar sus cartas por separado con Francia y Alemania, en los intersticios de su liderazgo europeo, para saber cómo aunar el interés nacional con el europeo. España tiene un cierto liderazgo que está basado en tres grandes temas:

 

  • España, en lo económico, ha sabido convencer de que ya era hora que Europa tuviera una política anticíclica.
  • En política migratoria: España es la gran puerta de Europa, por nuestra conexión con África. Entendemos mucho mejor África y, sobre todo, América Latina que muchos países.
  • Liderazgo intelectual de España. Tenemos una gran potencia de fuego gracias al español y a nuestro nivel educativo. Somos visto como un modelo más amable que el de alguna de las gran des potencias; y esto hay que explotarlo entre socios europeos.

 

2.. En cuanto a la política mediterránea de la Unión Europea, se basa mucho más en que Europa decida políticamente que tenemos un «río grande» que es el Mediterráneo y que no es solamente los 14 km del Estrecho.

 

Tenemos que asumir que, para la pacificación final de Siria e Irak, quien tiene que expresar liderazgo no solamente para acoger de manera generosa refugiados, sino para establecer condiciones adecuadas para el mantenimiento de la paz y el desarrollo de estos Estados que se encuentran al borde de convertirse en sociedades fallidas, es Europa, por su responsabilidad en la configuración de la región, por la defensa de nuestros intereses estratégicos y como forma de ser aceptado como actor global en la geo estrategia mundial en la que nos encontramos.

 

Finalmente, Europa tiene una nueva oportunidad: por potencia demográfica, por potencia industrial, por capacidad tecnológica, y sobre todo intelectual, somos la sociedad más urbana que existe a nivel mundial, eso significa cohesión del territorio.

 

Tenemos además una oportunidad única en África, somos mucho más aliados de África que de China, pero para eso, tiene que haber voluntad política en Europa. El problema de Europa consiste en que tenemos que hacer un screening sobre el principio de cooperación leal entre socios y el de solidaridad a la hora de repartir responsabilidades.

 

Lois Babarro Alén

  • Pertenecer a la Unión Europea no es sólo una cuestión económica, sino también de valores.
  • Europa ofrece certidumbre, los valores europeos representan el humanismo, en Europa se tiene la capacidad de entender que la persona está en el centro del desarrollo general.

 

Vivimos en un mundo extremadamente incierto, un mundo mucho más complejo, en un mundo en el que lo que hoy se llama innovación, en unos meses queda obsoleto.

 

Vivimos en un mundo donde las cosas están cambiando a un ritmo espectacular. El contexto de jóvenes es un contexto que ha crecido en una crisis muy importante, después ha venido la pandemia y ahora viene la guerra de Ucrania, por lo tanto, muchas veces no somos capaces de decir a los jóvenes cuál va ser su hoja de ruta por lo que, según su opinión, en un contexto como este es muy difícil motivar a los jóvenes. Pero tampoco se puede estar sentado esperando a que sean otros los que cambien la sociedad, hay que ser partícipe: si cambias tu mundo, cambias el mundo, y poco a poco ser partícipe de todos esos cambios.

 

Por otro lado, Europa ofrece certidumbre, los valores europeos representan el humanismo, en Europa se tiene la capacidad de entender que la persona está en el centro del desarrollo general. La antropología, el humanismo son elementos fundamentales de desarrollo que deben estar en el centro de las políticas de todos los países.

 

Respecto a la cuestión de la influencia de España, uno de los grandes liderazgos europeos es el nexo de unión entre Europa y Latinoamérica, lo que supone un factor diferencial. Y en segundo lugar es el talento. Vivimos una época de digitalización, de transformación, de inteligencia artificial y hay elementos que las máquinas nunca van a sustituir, que es la creatividad de la cultura, siendo esto un rasgo distintivo de nuestro país.

 

Europa ofrece un marco de valores con una hoja de ruta muy clara. Cree que habrá que evaluar si ciertos países pueden pertenecer a la Unión Europea si no asumen los valores los cuales se creó, y no sólo economía. Pertenecer al «club» no es sólo una cuestión económica sino también de valores porque si no dejaríamos de ser Europa y pasaríamos a ser otra cosa.

 

 

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BULLET POINTS

  • ¿Es Sánchez un líder bien valorado en la Unión Europea?
  • Éxodo rural y políticas para la Europa vaciada
  • ¿El eje hispano-italiano será posible sin Draghi y con el gobierno de Meloni?
  • ¿Una nueva política mediterránea tiene cabida en Europa?
  • ¿Se abre la puerta a una Europa de dos velocidades, con una cooperación reforzada entre los países fuertes de la Unión Europea?
  • ¿Será la gestión de la inmigración un factor de liderazgo español en Europa?
  • Políticas de Estado desde España para Europa: ¿cuáles y cuándo?
  • Papel de España en la defensa europea.
  • ¿Cómo debe la sociedad civil tomar parte activa en las soluciones a estos problemas?

 

Sociedad Civil Ahora

La Asociación Sociedad Civil Ahora es una entidad constituida en 2018, que integra a un amplio conjunto de organizaciones e instituciones de reflexión, pensamiento y acción de la sociedad civil en torno a un proyecto común de mejora y renovación de España. Su misión es la de colaborar de manera leal, comprometida y responsable con los poderes públicos, las principales fuerzas políticas y el conjunto de la ciudadanía en el análisis, valoración y propuesta sobre cuestiones que afectan al bien común y al interés general de España.